miércoles, 8 de diciembre de 2010

libros más vendidos en 2010

LIBROS DE FICCIÓN
El cementerio de Praga
Riña de gatos
La caida de los gigantes
El sueño del celta
Oscuros:el poder de las sombras
Sunset park
Come,reza,ama
Cazadora Oscura
En la ciudad de oro y plata

LIBROS DE NO FICCIÓN
No consigo adelgazar
Los días de gloria
El método Dukan ilustrado:como adelgazar rapidamente
Benedicto XVI
Viaje a las emociones
El gran diseño
El secreto
El poder
Pepe reina.El mundo en nuestras manos.Así fuimos campeones.
El sistema:mi experiencia de poder

Veronika decide morir de Paulo Coelho

Veronika es una chica que tiene una vida normal,sin sobresaltos pero no es feliz.Entonces una mañana de noviembre decide suicidarse con pastillas, pero se salva y la encierran en un manicomio,Villete.Allí en el manicomio conoce a Eduard,el joven que cada noche tocaba el piano,se enamoran y empiezan su historia de amor.Un buen día deciden escaparse de Villete juntos a Ljubljana,el pueblo de Veronika.Este libro plantea que cada segundo de nuestra existencia optamos entre la alternativa de seguir adelante o de abandonar.Me gustó mucho porque es muy entretenido y engancha ya desde un principio.Además te hace pensar y plantearte cosas.

Hecho por Raquel Eirís :)

Na Solaina.

Ana es una mujer de algo más de sesenta años que nació en la segunda década del siglo XX y que vio su vida rota por la marcha de su ser más querido y por la guerra que nunca tenía que haber comenzado.
Se siente como una muchucha, casi una niña, en la obligación de abandonar su casa, su familia, con solo la idea de alejarse de todo para siempre, intentando al mismo tiempo huír de los recuerdos.
La ciudad de Coruña la acogió con los brazos abiertos y allí permanece durante cuarenta años. Consigue con el tiempo su propósito de borrar el pasado.
Las circunstacias le llevan de nuevo a su tierra. Un accidente le conduce a un hogar de la tercera edad que construyeron cerca de la aldea que le vió nacer.
Desde allí puede contemplar a diario todos los recuerdos, memorias...

                                                                   Loreto Lamas Enríquez.



                                              

lunes, 15 de noviembre de 2010

Jorge Luís Borges

Escritor argentino cuyos desafiantes poemas y cuentos vanguardistas le consagraron como una de las figuras prominentes de las literaturas latinoamericana y universal.

Aquí os dejamos un fragmento de una de sus obras El Aleph :

" En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo. "

lunes, 8 de noviembre de 2010

Valle-Inclán.

 Aquí os dejamos un pequeño fragmento de su Sonata de Otoño.

Concha me llamaba desde el jardín, con alegres voces. Salí a la solana, tibia y dorada al sol mañanero. El campo tenía una emoción latina de yuntas, de vendimias y de labranzas. Concha estaba al pie de la solana:

- ¿Tienes ahí a Florisel?
- ¿Florisel es el paje?
- Sí.
- Parece bautizado por las hadas.
- Yo soy su madrina. Mándamelo.
- ¿Qué le quieres?
- Decirle que te suba estas rosas.

Y Concha me enseñó su falda donde se deshojaban las rosas, todavía cubiertas de rocío, desbordando alegremente como el fruto ideal de unos amores que sólo floreciesen en los besos:

- Todas son para ti. Estoy desnudando el jardín.

Yo recordaba nebulosamente aquel antiguo jardín donde los mirtos seculares dibujaban los cuatro escudos del fundador, en torno de una fuente abandonada. El jardín y el Palacio tenían esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor. Bajo la fronda de aquel laberinto, sobre las terrazas y en los salones, habían florecido las rosas y los madrigales, cuando las manos blancas que en lo viejos retratos sostienen apenas los pañolitos de encaje, iban deshojando las margaritas que guardan el cándido secreto de los corazones. ¡Hermosos y lejanos recuerdos! Yo también los evoqué un día lejano, cuando la mañana otoñal y dorada envolvía el jardín húmedo y reverdecido por la constante lluvia de la noche. Bajo el cielo límpido, de una azul heráldico, los cipreses venerables parecían tener el ensueño de la vida monástica. La caricia de la luz temblaba sobre las flores como un pájaro de oro, y la brisa trazaba en el terciopelo de la yerba, huellas ideales y quiméricas como si danzasen invisibles hadas. Concha estaba al pie de la escalinata, entretenida en hacer un gran ramo con las rosas. Algunas se habían deshojado en su falda, y me las mostró sonriendo:

- ¡Míralas qué lástima!

Y hundió en aquella frescura aterciopelada sus mejillas pálidas.

- ¡Ah, qué fragancia!

Yo le dije sonriendo:

- ¡Tu divina fragancia!

Alzó la cabeza y respiró con delicia, cerrando los ojos y sonriendo, cubierto el rostro de rocío, como otra rosa, una rosa blanca. Sobre aquel fondo de verdura grácil y umbroso, envuelta en luz como diáfana veste de oro, parecía una Madona soñada por un monje seráfico. Yo bajé a reunirme con ella. Cuando descendía la escalinata, me saludó arrojando como una lluvia de rosas deshojadas de su falda. Recorrimos el jardín. Las carreras estaban cubiertas de hojas secas y amarillentas, que el viento arrastraba delante de nosotros con un largo susurro: Los caracoles, inmóviles como viejos paralíticos, tomaban el sol sobre los bancos de piedra: Las flores empezaban a marchitarse en las versallescas canastillas recamadas de mirto, y exhalaban ese aroma indeciso que tiene la melancolía de los recuerdos. En el fondo del laberinto murmuraba la fuente rodeada de cipreses, y el arrullo del agua, parecía difundir por el jardín un sueño pacífico de vejez, de recogimiento y de abandono. Cocha me dijo:

- Descansemos aquí.

Nos sentamos a la sombra de las acacias, en un banco de piedra cubierto de hojas. Enfrente se abría la puerta del laberinto misterioso y verde. Sobre la clave del arco se alzaban dos quimeras manchas de musgo, y un sendero umbrío, un solo sendero, ondulaba entre los mirtos como el camino de una vida solitaria, silenciosa e ignorada. Florisel pasó a lo lejos entre los árboles, llevando la jaula de sus mirlos en la mano.
Concha me lo mostró:

- ¡Allá va!
- ¿Quién?
- Florisel
- ¿Por qué le llamas Florisel?

Ella dijo, con una alegre sonrisa:

- Florisel es el paje de quien se enamora cierta princesa inconsolable en un cuento.
- ¿Un cuento de quién?
- Los cuentos nunca son de nadie.

Sus ojos misteriosos y cambiantes miraban a lo lejos, y me sonó tan extraña su risa, que sentí frío. ¡El frío de comprender todas las perversidades! Me pareció que Concha también se estremecía. La verdad es que nos hallábamos a comienzos de Otoño y que el sol empezaba a nublarse. Volvimos al Palacio.


RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN, Sonata de Otoño